Desde la finalización de la Segunda Guerra
Mundial, Checoslovaquia fue considerada la más dócil de las repúblicas
satélites de la URSS. Liberada de la ocupación alemana por el Ejército Rojo, poseía
las condiciones necesarias para que el Partido Comunista checo retomara el
lugar privilegiado que había ocupado en los años previos a la conflagración
mundial.
En este marco, Klement Gottwald, se
convirtió en primer ministro de la República y adoptó el modelo autoritario del gobierno
soviético, manteniendo un férreo control sobre la sociedad, la prensa, y la
economía. Gottwald fue secundado por Antonin Novotny, primer secretario del
Partido Comunista checoslovaco desde 1953 y presidente de la república a partir
de 1957. Sin embargo, y debido a su desprecio por los eslovacos, su permanencia
en el cargo fue breve. En 1968 fue derrocado y reemplazado por Alexander
Dubcek.
Dubcek no sólo era un nacionalista
eslovaco, sino que también era un hombre profundamente imbuido de un espíritu
reformista lo que lo llevó a iniciar un tímido programa de reformas sociales,
políticas y económicas, que, inicialmente fueron aceptadas por Moscú. No
obstante, la paulatina flexibilización de la economía, la reducción de
controles y la creciente restitución de la participación obrera en la industria,
crearon el clima propicio para que fermentara un germen liberal en el seno de
una población.
Esta novedosa expresión popular vio
condensadas sus aspiraciones en el “Programa de Acción de Gobierno”, presentado
a comienzos de abril por Dubcek. Este documento, radical en esencia, propugnaba
la reorganización del partido comunista y del gobierno checoslovaco, junto con la
rehabilitación de las víctimas de las purgas de 1949, la restitución de Eslovaquia,
el multipartidismo y el restablecimiento del parlamento.
Fue entonces cuando Moscú empezó a temer
la gestación de un sub-bloque homogéneo entre Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumania.
Sobre todo porque las reformas checas recibieron un efusivo apoyo por parte de
la mayoría de los partidos comunistas europeos, de los reformistas húngaros, y
del propio Josip Broz Tito. El Kremlin, convencido entonces de la inminente
amenaza que los cambios políticos en Praga implicaban para el planteamiento
estratégico regional y global de la Unión, decidió el 20 de agosto de 1968,
enviar a Checoslovaquia un conjunto de fuerzas combinadas soviéticas en el
marco del Pacto de Varsovia. La invasión sorprendió al ejército checo: derrocó
a Dubcek y puso fin a la aventura liberal checa en el centro de Europa.
Sin embargo, la semilla había germinado y
el proceso de liberalización en el seno de la URSS, había dado su primer paso.
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