Para analizar este tema, que marcó un punto de inflexión en
las relaciones Occidente-Oriente, es necesario explicar primero, cuáles eran
las condiciones del mundo cuando finalizó la segunda gran contienda mundial.
Recordemos que había sido Europa, y no los Estados Unidos,
la que tuvo que soportar en su territorio el peso de la guerra. Cuando ésta
finalizó, la devastación era casi absoluta y sus problemas económicos, políticos
y sociales, le impedían recuperar su
ritmo de crecimiento. En estas condiciones, el continente necesitaba,
imperiosamente, una importante ayuda para recuperarse.
Fue el presidente de los EEUU, Harry Truman, quien tomó la
iniciativa de buscar una solución a este problema. Sobre todo porque también
existía el temor a la expansión comunista que ya se había consolidado en la
Europa del Este. Así, el Plan Marshall nació como una herramienta político-económica,
que se articulaba perfectamente con la denominada Estrategia de la Contención.
De hecho, este plan fue anunciado por el secretario de Estado norteamericano,
George Marshall, tres meses después de que el presidente Harry Truman
presentara su política de la contención.
El Plan Marshall – oficialmente European Recovery Program -
no fue el primer sistema de crédito otorgado por los EEUU a países europeos. En
1941, la Ley de Préstamo y Arriendo, constituyó una importantísima contribución
económica que Washington otorgó a los países Aliados para asegurar el triunfo
contra la Alemania nazi. La Administración de las Naciones Unidas para el
Auxilio y la Rehabilitación, fue otro programa destinado a coordinar la
distribución de ayuda, sobre todo de alimentos y suministros médicos, en los
países liberados después de la contienda. Sin embargo, el Marshall fue el más
importante de todos.
Sus objetivos fundamentales apuntaban a consolidar la racionalización
económica de Europa; concretamente, se trataba de obligar a los europeos a
armonizar sus esfuerzos para conseguir el restablecimiento de la economía del
continente, y al unirlos, crear un mercado amplio que evitara o dificultara el
avance del comunismo. Cabe destacar que, desde la perspectiva norteamericana, la
pobreza y el subdesarrollo constituían el caldo de cultivo ideal para el
enraizamiento del socialismo. Al mismo tiempo, el plan contribuiría de manera
directa a impedir una recesión de la economía norteamericana,
Su implementación significó una inyección de 13.000
millones de dólares en las economías europeas que se canalizaron a través de
tratados bilaterales con los distintos países. La ayuda llegaba mediante la
entrega gratuita de materias primas, alimentos o bienes industriales, según la
necesidad. El plan fue ejecutado por un organismo especialmente creado para tal
fin: la Administración para la Cooperación Económica (ACE). Dicho
organismo destacó a un representante en cada una de las capitales de los países
europeos, para asesorar y controlar las inversiones. Como se sabe, el Reino
Unido fue el más beneficiado con un 24% del total de los recursos. El 70% de
los fondos fue aportado por los EE.UU. y el 11% por Canadá.
En cuanto a sus efectos, es importante destacar que, para
EE.UU, los réditos fueron muy significativos pues, además de los beneficios
económicos, Washington obtuvo amplias facultades de intervención en la economía
europea. De hecho, las autoridades del Marshall no sólo podían controlar las
operaciones de compra de bienes o de materias primas en el mercado
norteamericano, sino también las inversiones hechas por los gobiernos
nacionales europeos en sus propios países. Desde el punto de vista económico, la
intervención fue decisiva para que la economía europea se recuperara en tiempo
récord. De hecho, mientras que, tras la IGM, Europa tardó 8 años en recuperar
los niveles de 1913; tras la IIGM, y gracias al Plan Marshall, los índices se recuperaron en menos de 4 años.
Sin embargo, también hay que mencionar que el Plan provocó
algunos problemas. Concretamente, implicó la reducción de los gastos en
servicios sociales; la disminución de las rentas y de los niveles de consumo
para las clases trabajadoras; el aumento de los despidos y, por consiguiente,
del desempleo durante el periodo que demandó el saneamiento de las empresas.
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