martes, 20 de marzo de 2018

A 15 años. 20 de marzo de 2003. Invasión a Irak e inicio de la Segunda Guerra del Golfo

Por Juan Martin de Chazal




El 20 de marzo de 2003 vencía el ultimátum que el presidente norteamericano George W. Bush había enviado a Saddam Hussein, su par iraquí, para que dejara el poder. Ante su negativa, Estados Unidos procedió a invadir el país árabe ese mismo día. Tras dos meses de guerra, quien fuera el enemigo público y declarado del mundo occidental terminó por ser derrocado.
La intervención en Afganistán, que siguió a los ataques terroristas del grupo Al-Qaeda en suelo norteamericano en septiembre de 2001, acabó con la “pausa estratégica” que el país había tenido en los asuntos internacionales durante la era del presidente Bill Clinton. En los Estados Unidos, el terrorismo se había convertido en una amenaza directa y potente, a la seguridad nacional. La política de Estado, entonces, era acabar con el enemigo costase lo que costase. Y ese enemigo era el terrorismo.
A diferencia de la Guerra del Golfo de 1991 - la cual tuvo un detonante específico que fue la invasión iraquí a Kuwait - la invasión de 2003 respondió a la doctrina de Seguridad Nacional del presidente Bush. En esta ocasión, el fundamento se hallaba en un nuevo instrumento estratégico: la “guerra preventiva”, que pretendía legitimar el inicio de nuevas campañas militares en el extranjero. Sin fundamentos contundentes, Estados Unidos invocó la existencia de vínculos entre Saddam Hussein y el terrorismo, específicamente con el grupo Al-Qaeda. Además, acusó a Irak de violar la prohibición de Naciones Unidas de fabricar y poseer Armas de Destrucción Masiva (ADM). En el criterio del gobierno norteamericano, este hecho - ligado a los supuestos vínculos del dictador con grupos terroristas - constituía un peligro potencial para toda la humanidad. Asimismo, las relaciones entre ambos países estaban tensadas desde la guerra de 1991 y se consideraba que la dictadura de Hussein era intolerable para su pueblo.
Antes de la invasión, el gobierno de Bush había iniciado una campaña de descrédito para demostrar a la opinión pública la existencia de fábricas de armamento químico y biológico en suelo iraquí. Collin Powell, secretario de Estado, fue uno de los protagonistas de ese aparato propagandístico, esencial para convencer a la comunidad internacional de proceder a la invasión.
Lejos de cumplir con sus objetivos (difundir los valores de la democracia, ampliar sus capacidades económicas en la región, extender la hegemonía sobre Medio Oriente, entre otros), Estados Unidos vio en Irak un nuevo fracaso estratégico. Si bien el gobierno baazista de Hussein había caído, la intervención militar de 2003 trajo consecuencias no deseadas. La ocupación hizo que proliferaran grupos de resistencia armada en todo el territorio que iniciaron una gran campaña de atentados terroristas y fomentaron el resentimiento hacia Estados Unidos y Occidente. En ese contexto, Al Qaeda tuvo el camino allanado para expandirse. Además, el equilibrio geopolítico de la región se inclinó a favor de los shiitas, lo cual alteró las relaciones de poder en Medio Oriente. Por último, la debilidad del nuevo gobierno constituido tras el derrocamiento de Hussein fue incapaz de llevar orden y unidad al devastado país. Desde entonces, una situación generalizada de violencia, crisis económica e inestabilidad ha atravesado a Irak hasta la actualidad.

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