La
familia Romanov llegó al poder en Rusia en 1613 y durante 304 años, gobernó el
país. En el mes de febrero de 1917, su último representante – Nicolás II – fue obligado a
abdicar por una coalición revolucionaria de Mencheviques y Bolcheviques.
Los Romanov eran nobles, procedían de
Lituania y su nombre derivaba de uno de sus ancestros, Roman Yurev. En el siglo
XIV, se establecieron en Moscú y, paulatinamente, fueron ganando influencia en
la corte. En 1547, una de sus descendientes, Anastasia, se casó con Iván
IV, el Terrible.
En 1584, tras la muerte de Iván, se inició
en Rusia un período de anarquía que se resolvió el 21 de febrero de 1613, cuando
la asamblea de nobles, eligió como rey al primer Romanov: Miguel, quien gobernó
hasta 1745. Cuando Miguel llegó al trono, se encontró con un reino empobrecido
y sin dinero; un país aislado y ultrareligioso; un país que tenía más en común
con los mongoles de las estepas de Asia que con el resto de Europa.
Según Simon Sebag Montefiore, los Romanov
fueron excéntricos, crueles y ambiciosos y su poder procedía de una alianza tejida
entre la corona, el ejército y la aristocracia. En total, fueron 20 los
soberanos que ocuparon el trono durante esos 304 años y si bien, casi todos ellos
participaron activamente en la construcción de ese poderoso imperio, existen dos figuras
que se destacaron especialmente: Pedro I y Catalina II.
En 1689, y después de derrotar a dos
hermanastros que aspiraban al trono, Pedro asumió el gobierno e inició un
reinado que fue marcado por dos políticas específicas: la modernización del
país y la expansión de sus fronteras. En cuanto a las reformas internas, las
más importantes fueron: consolidar el poder autocrático del
zar, organizar racionalmente el gobierno, movilizar el financiamiento interno,
aumentar la recaudación impositiva, incorporar parcialmente a la Iglesia a la
estructura administrativa del Estado, transformar la educación para los nobles
y fundar escuelas e institutos de alto nivel intelectual. En una palabra;
occidentalizar a Rusia. En cuanto a la expansión, Pedro se lanzó a una serie de
campañas para asegurar las fronteras del sur con los tártaros y
el Imperio otomano. Logró ocupar territorios en el
mar Báltico, creó una gran armada, desarrolló el poder naval del imperio y
reorganizó el ejército mediante el sistema europeo. En 1703, creó su gran
capital: San Petersburgo. Su reinado acabó con su muerte en 1725. Pedro era un
gran estadista que sabía lo que quería, y que tenía los recursos y las
habilidades para llevar a cabo sus planes. Además, el gran zar contaba con la perspicacia para conducir un imperio siempre acosado por
el sur, el este y el oeste.
En 1762, llegó al trono Catalina II, quien
gobernó hasta 1796. De hecho, esta princesa de origen prusiano, logró imponerse
como emperatriz derrocando a su marido y continuó con el legado de Pedro.
Durante su reinado, conquistó enormes territorios nuevos en el sur y en el
oeste y fijó las bases para la expansión imperial del siglo XIX.
En el ámbito interno, profundizó la occidentalización de Rusia e hizo del país, una verdadera potencia de la
época. En efecto, desde entonces, Rusia compitió y rivalizó con sus vecinos
europeos en las esferas militares, políticas, y diplomáticas.
Durante el temprano siglo XIX,
Rusia desempeñó un papel cada vez más activo en los asuntos de Europa. De
hecho, formó parte de la famosa Pentarquía Europea, lo que la obligó a
participar en diferentes conflictos. Así, se vio involucrada en las guerras
contra Napoleón y fue uno de los Estados líderes del Congreso de Viena. En esta
etapa, también se produjo en el país, un gran desarrollo de la ciencia y la cultura;
especialmente de la literatura, la música y las artes.
Sin embargo, el imperio que Pedro I y
Catalina II habían construido seguía enfrentando problemas fundamentales. Gobernada
por una autocracia absolutista y atrasada, la sociedad rusa estaba dividida en
dos; por un lado, una élite pequeña de europeizados ricos y privilegiados,
y por otro, una enorme masa de campesinos sin tierras, que trabajaban en
condiciones extremas. Con una economía agraria, en la que la industria ocupaba
un espacio ínfimo, el país presentaba una serie de desajustes e inequidades que,
paulatinamente, empezaron a minar su estructura.
Durante la segunda mitad del siglo XIX y los
comienzos del XX, la crisis se agudizó. La economía se desarrolló más
lentamente, mientras que su población creció de manera sustancial. En ese clima,
se gestó una intelligentsia que, identificada con el campesinado, buscaba
cambiar el sistema. Así nacía el movimiento revolucionario, que, inspirado en
las ideas de Carlos Marx, pretendía conducir a Rusia hacia el Socialismo. En 1914 - y debido al sistema
de alianzas que se había construido en las décadas anteriores - el zar decidió
entrar en la Primera Guerra Mundial. Era el principio del fin.
El 2 de marzo de 1917 – según el
calendario Juliano - Nicolás II fue
obligado a abdicar. Un año y cuatro meses después, fue asesinado junto a toda
su familia y un pequeño grupo de servidores en la ciudad de Ekaterimburgo. El
reinado de los Romanov se extinguió para siempre.
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