Por: Juan Martín de Chazal
“En los
conflictos entre europeos nunca hemos participado, porque no corresponde a nuestra
política. Sólo cuando nuestros
derechos se vean dañados, o seriamente amenazados, será cuando haremos los
preparativos para nuestra defensa”. Con estas palabras en 1823, el entonces
presidente James Monroe enfatizó la política exterior
aislacionista por parte de Estados Unidos (EE.UU) respecto a los asuntos trasatlánticos.
Casi un siglo después, dicha postura cambiaría rotundamente un 6 de abril de
1917 cuando el Congreso declaró la guerra al Imperio Alemán. Fue entonces que
el gigante americano entró a la Gran Guerra del lado de los países de la
Entente, produciendo un giro trascendental en el desarrollo de la contienda.
Al estallar la guerra en 1914, EE.UU
permaneció neutral. Pese al extraordinario crecimiento experimentado durante
los años de la Segunda Revolución Industrial, el país aún no había cerrado
completamente sus heridas, tras cinco décadas de finalizada su Guerra Civil. En
este sentido, la población veía lejana la participación americana en un
conflicto en el Viejo Continente, lo que impulsó al demócrata Thomas
Woodrow Wilson, presidente de la nación, a continuar propugnando un
estricto aislacionismo… ¿Cómo se produjo entonces la decisiva entrada
estadounidense en la Primera Guerra Mundial?
Durante el conflicto, en su intento de
romper el bloqueo británico, Alemania inició una guerra submarina que abarcó
diversas etapas. Con el transcurso del tiempo la misma se fue intensificando,
hasta el punto de convertir en objetivos militares a barcos mercantes no
armados que se encontraran en zonas de guerra. Tanto en el hundimiento del
barco de pasajeros británico Lusitania en
1915, como en ulteriores torpedeos, habían perdido la vida muchos ciudadanos
estadounidenses; un hecho que movilizó a la opinión pública del país a
inclinarse hacia una posición anti-germana. Por otra parte, EE.UU veía
amenazada la libertad de los mares y del comercio, por lo que Washington – a
pesar de mantener la neutralidad – renovó sus esfuerzos por conseguir un
entendimiento diplomático en Europa. Sin embargo, los numerosos llamamientos a
la paz ofrecidos a los países beligerantes no prosperaron y las posiciones de
las partes resultaron cada vez más irreconciliables.
En enero de 1917, Wilson pronunció un
célebre discurso ante el Senado para conseguir una “paz sin vencedores ni
vencidos”. Pese a esto, la guerra submarina perpetrada por el II Reich ya había iniciado en ese mismo año su
etapa de “total e ilimitada”. Como resultado de la misma, ocho barcos estadounidenses
fueron hundidos; el 3 de febrero de 1917, el presidente decretó la inmediata
ruptura de relaciones diplomáticas.
Ante
la eventualidad de la entrada de EE.UU en la guerra - lo que supondría un
quiebre en los equilibrios de fuerzas - Berlín envió una propuesta de alianza hacia
México: el denominado Telegrama de
Zimmermann (llamado así por el apellido de su emisor, el Ministro de
Asuntos Exteriores de Guillermo II) en
el que se prometía al país latinoamericano recuperar algunos de sus territorios
perdidos décadas atrás en el conflicto con su vecino del norte. Cuando el
servicio de inteligencia británico interceptó el documento, EE.UU tuvo en claro que Alemania era su enemigo: a
petición del presidente, el 6 de abril de 1917 el Congreso le declaró finalmente la guerra.