Por:
Montserrat Acosta Ruiz de los Llanos
A
partir de 1905, Rusia estuvo sumida en una crisis agónica en materia social,
económica y política, que desencadenó una serie de sucesos. Entre los más
importantes, podemos destacar los siguientes: en el mes de Febrero de 1917, el
partido Menchevique encabezó la revolución que derrocó al zar Nicolás II
Romanov. Poco tiempo después - en el mes de octubre - Vladimir Lenin, el líder
del partido Bolchevique, llevó a cabo la segunda revolución; esta vez contra el
Gobierno Provisional Menchevique e impuso el comunismo. En estas circunstancias,
surgió la figura de Joseph Stalin, un revolucionario que - en principio - no
tuvo mayor importancia pero que, con el paso del tiempo, se convertiría en uno
de los dictadores más atroces de la Historia.
En 1918, se desató la guerra civil entre el
ejército rojo (Bolchevique) y el blanco (anti-bolchevique). Durante este crudo
enfrentamiento, muchas regiones del antiguo imperio, modificaron sus fronteras
y se gestaron nuevas distribuciones de poder. En este contexto, Stalin ocupó el
cargo de Comisario del Pueblo para las Nacionalidades, un organismo creado para
velar por el respeto y la autonomía de los distintos grupos étnicos y
culturales que convivían en el territorio ruso. Sin embargo, la política de
Stalin tomó el camino contrario: aceleró la rusificación y el sometimiento de estas
poblaciones, sobre las cuales aplicó el terrorismo de Estado impuesto por los
dirigentes bolcheviques;
A
finales de 1920, el ejército blanco fue derrotado y la revolución se consolidó.
Desde entonces, se legalizó y se reforzó el uso arbitrario del poder. Debido a
la profunda crisis que dejó la guerra, el gobierno impuso la represión
sistemática a fin de acallar las huelgas, los disturbios y los motines que estallaban
diariamente. Por otra parte, y a los efectos de impulsar la economía, Lenin
decidió implementar la Nueva Política Económica (NEP), que implicaba un retorno
moderado a la economía de mercado. Esto generó duras tensiones y polémicas
dentro del gobierno pues representaba una contradicción flagrante contra el
modelo socialista.
Uno
de los dirigentes que no la aceptó fue Lev Trotsky, considerado por muchos la
mano derecha de Lenin. En 1924, Lenin murió y la disputa por la asunción del
poder se polarizó entre estas dos figuras. Para buscar el acuerdo de la cúpula
del partido, Stalin desarrolló su teoría del “Socialismo en un solo país”; una
fórmula que propiciaba la consolidación del socialismo en la URSS. Por su
parte, Troysky apoyaba la idea de la “Revolución Permanente”, lo que implicaba
la necesidad de extender el proceso tanto en el espacio como en el tiempo. La
lucha por el poder se había disfrazado de argumentos ideológicos. El vencedor
fue Stalin que convirtió al trotskismo en herejía y expulsó a su líder del
partido; más tarde lo envió a Siberia y finalmente, en 1940, cuando éste se
refugió en Méjico, lo hizo asesinar.
Desde
1925, Stalin se convirtió en Secretario General del partido y Premier de la
URSS, cargos que ocuparía durante las próximas tres décadas y que le
permitieron implementar un totalitarismo legitimado en la doble ética de la
revolución y el proletariado. Durante su gobierno, Joseph Stalin reemplazó el
proyecto marxista – leninista por una
serie de planes quinquenales, extendió el modelo a otros países vecinos y
convirtió a Rusia en una gran potencia. Triunfó en la Segunda Guerra Mundial y desde
entonces, compartió la hegemonía con Estados Unidos en el sistema bipolar que habría
de mantenerse hasta 1991. Todo esto se hizo a costa de los pueblos de la URSS
que sufrieron uno de los totalitarismos más crueles de la Historia.
Stalin
murió el 5 de marzo de 1953. De acuerdo a los datos disponibles en la
actualidad, se calcula que bajo su gobierno murieron entre 30 y 40 millones de
personas, la mayoría de ellas, asesinadas por el propio régimen. Como sostiene
Robert Service:
“Es indudable que el stalinismo fue el más
totalitario de los Totatlitarismos no sólo por su carácter absoluto, sino sobre
todo, porque su crueldad no respetó ningún límite y llegó a atacar a los
propios camaradas que se habían jugado todo junto a su líder… Por otra parte,
su nivel de fanatismo generó una suerte de hipnosis de masas que se tradujo en
el culto a la personalidad. De hecho, la figura de este “zar rojo” fue exaltada
de todas las formas posibles y en términos cada vez más excesivos.”
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