Por Maria Laura Brito
Al finalizar la Primera Guerra del Opio (1839 -1842), el Imperio
Británico y la dinastía Qing firmaron un tratado de paz que tuvo graves
consecuencias para el gigante asiático y que marcó el curso de los próximos
años, plagados de desafíos.
La firma del acuerdo tuvo lugar el 29 de agosto 1842 a bordo del navío
de guerra británico HMS Cornwallis, en aguas de Nankín. El representante
británico fue Sir Henry Pottinger y por China, Qiying, Ilibu y Niujian
quienes labraron el acuerdo que constaba de trece artículos y que, más tarde,
fue ratificado por la reina Victoria
y por el emperador Daoguang.
Entre los puntos acordados, Pekín debía pagar una indemnización de 21
millones de dólares en un plazo de tres años con un interés anual del cinco por
ciento y debía abrir los puertos de Cantón, Xiamen, Fuzhou, Ningbo y Shangai al
comercio exterior, lo que derivó en que, una gran cantidad de ciudadanos ingleses
compraran propiedades en esas zonas. Asimismo, las tasas aduaneras debían disminuirse
entre un 60-70%, hasta reducirlas a un simbólico 5% sobre el valor de las
mercancías, con lo que las manufacturas británicas terminaron inundando el
mercado chino. También se estableció inmunidad jurídica para los súbditos británicos,
que no podrían ser juzgados por magistrados locales, sino por su propio cónsul.
Sin embargo, uno de los puntos más destacados de este tratado, fue el
que obligaba al gobierno Qing a ceder a Gran Bretaña la isla de Hong Kong, de
la cual Henry Pottinger fue su primer gobernador. De esta forma, el Imperio
Británico ganaba la pulseada de seguir comercializando opio en territorio
chino. Para Gran Bretaña, el contrabando del estupefaciente significaba una
fuente de ingresos considerable y servía para equilibrar su balanza de pagos
con China, al compensar el gasto de las ingentes cantidades de té importado.
Esta situación impulsó a otros Estados a buscar beneficios
similares a los obtenidos por Inglaterra y muy pronto, Estados Unidos, Francia y
Rusia forzaron a China a firmar diversos convenios de carácter parecido. Dichos
acuerdos recibieron la denominación de “Tratados
Desiguales”. Como consecuencia de esto, en 1860, China se vio apremiada a
abrir otros once puertos al comercio exterior con el correspondiente menoscabo
de su soberanía.
Estos tratados dieron lugar a una nefasta situación
comercial para China que duraría casi cien años: fue recién en 1920 que China
logró recuperar sus tarifas aduaneras aunque la cláusula de extraterritorialidad
se mantuvo hasta 1943.
Todo ello, contribuyó a grandes desacuerdos sociales,
políticos y económicos dentro del país, que se evidenciaron en la volatilidad
de distintos grupos civiles, desencadenando una serie de conflictos tales como
la Rebelión Taiping, a mediados del siglo XIX, la Rebelión de los Bóxers, a
principios del XX, y la posterior caída de la Dinastía Qing en 1912. El
resurgimiento del gigante asiático tardaría varios décadas más en alcanzar su
desarrollo actual.
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