jueves, 20 de abril de 2017

Del ascenso de Stalin, como líder del Partido Comunista

Por: Montserrat Acosta Ruiz de los Llanos
A partir de 1905, Rusia estuvo sumida en una crisis agónica en materia social, económica y política, que desencadenó una serie de sucesos. Entre los más importantes, podemos destacar los siguientes: en el mes de Febrero de 1917, el partido Menchevique encabezó la revolución que derrocó al zar Nicolás II Romanov. Poco tiempo después - en el mes de octubre - Vladimir Lenin, el líder del partido Bolchevique, llevó a cabo la segunda revolución; esta vez contra el Gobierno Provisional Menchevique e impuso el comunismo. En estas circunstancias, surgió la figura de Joseph Stalin, un revolucionario que - en principio - no tuvo mayor importancia pero que, con el paso del tiempo, se convertiría en uno de los dictadores más atroces de la Historia.
 En 1918, se desató la guerra civil entre el ejército rojo (Bolchevique) y el blanco (anti-bolchevique). Durante este crudo enfrentamiento, muchas regiones del antiguo imperio, modificaron sus fronteras y se gestaron nuevas distribuciones de poder. En este contexto, Stalin ocupó el cargo de Comisario del Pueblo para las Nacionalidades, un organismo creado para velar por el respeto y la autonomía de los distintos grupos étnicos y culturales que convivían en el territorio ruso. Sin embargo, la política de Stalin tomó el camino contrario: aceleró la rusificación y el sometimiento de estas poblaciones, sobre las cuales aplicó el terrorismo de Estado impuesto por los dirigentes bolcheviques;
A finales de 1920, el ejército blanco fue derrotado y la revolución se consolidó. Desde entonces, se legalizó y se reforzó el uso arbitrario del poder. Debido a la profunda crisis que dejó la guerra, el gobierno impuso la represión sistemática a fin de acallar las huelgas, los disturbios y los motines que estallaban diariamente. Por otra parte, y a los efectos de impulsar la economía, Lenin decidió implementar la Nueva Política Económica (NEP), que implicaba un retorno moderado a la economía de mercado. Esto generó duras tensiones y polémicas dentro del gobierno pues representaba una contradicción flagrante contra el modelo socialista.
Uno de los dirigentes que no la aceptó fue Lev Trotsky, considerado por muchos la mano derecha de Lenin. En 1924, Lenin murió y la disputa por la asunción del poder se polarizó entre estas dos figuras. Para buscar el acuerdo de la cúpula del partido, Stalin desarrolló su teoría del “Socialismo en un solo país”; una fórmula que propiciaba la consolidación del socialismo en la URSS. Por su parte, Troysky apoyaba la idea de la “Revolución Permanente”, lo que implicaba la necesidad de extender el proceso tanto en el espacio como en el tiempo. La lucha por el poder se había disfrazado de argumentos ideológicos. El vencedor fue Stalin que convirtió al trotskismo en herejía y expulsó a su líder del partido; más tarde lo envió a Siberia y finalmente, en 1940, cuando éste se refugió en Méjico, lo hizo asesinar.
Desde 1925, Stalin se convirtió en Secretario General del partido y Premier de la URSS, cargos que ocuparía durante las próximas tres décadas y que le permitieron implementar un totalitarismo legitimado en la doble ética de la revolución y el proletariado. Durante su gobierno, Joseph Stalin reemplazó el proyecto marxista – leninista  por una serie de planes quinquenales, extendió el modelo a otros países vecinos y convirtió a Rusia en una gran potencia. Triunfó en la Segunda Guerra Mundial y desde entonces, compartió la hegemonía con Estados Unidos en el sistema bipolar que habría de mantenerse hasta 1991. Todo esto se hizo a costa de los pueblos de la URSS que sufrieron uno de los totalitarismos más crueles de la Historia.
Stalin murió el 5 de marzo de 1953. De acuerdo a los datos disponibles en la actualidad, se calcula que bajo su gobierno murieron entre 30 y 40 millones de personas, la mayoría de ellas, asesinadas por el propio régimen. Como sostiene Robert Service:

“Es indudable que el stalinismo fue el más totalitario de los Totatlitarismos no sólo por su carácter absoluto, sino sobre todo, porque su crueldad no respetó ningún límite y llegó a atacar a los propios camaradas que se habían jugado todo junto a su líder… Por otra parte, su nivel de fanatismo generó una suerte de hipnosis de masas que se tradujo en el culto a la personalidad. De hecho, la figura de este “zar rojo” fue exaltada de todas las formas posibles y en términos cada vez más excesivos.”

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