sábado, 3 de marzo de 2018

A 305 años. 3 de marzo de 1613. Ascenso al poder de la dinastía Romanov

Por Mg. Patricia Eugenia Kreibohm



       La familia Romanov llegó al poder en Rusia en 1613 y durante 304 años, gobernó el país. En el mes  de febrero de  1917, su último  representante – Nicolás II – fue obligado a abdicar por una coalición revolucionaria de Mencheviques y Bolcheviques.
     Los Romanov eran nobles, procedían de Lituania y su nombre derivaba de uno de sus ancestros, Roman Yurev. En el siglo XIV, se establecieron en Moscú y, paulatinamente, fueron ganando influencia en la corte. En 1547, una de sus descendientes, Anastasia, se casó con Iván IV, el Terrible.
     En 1584, tras la muerte de Iván, se inició en Rusia un período de anarquía que se resolvió el 21 de febrero de 1613, cuando la asamblea de nobles, eligió como rey al primer Romanov: Miguel, quien gobernó hasta 1745. Cuando Miguel llegó al trono, se encontró con un reino empobrecido y sin dinero; un país aislado y ultrareligioso; un país que tenía más en común con los mongoles de las estepas de Asia que con el resto de Europa.
     Según Simon Sebag Montefiore, los Romanov fueron excéntricos, crueles y ambiciosos y su poder procedía de una alianza tejida entre la corona, el ejército y la aristocracia. En total, fueron 20 los soberanos que ocuparon el trono durante esos 304 años y si bien, casi todos ellos participaron activamente en la construcción de ese poderoso imperio, existen dos figuras que se destacaron especialmente: Pedro I y Catalina II.
     En 1689, y después de derrotar a dos hermanastros que aspiraban al trono, Pedro asumió el gobierno e inició un reinado que fue marcado por dos políticas específicas: la modernización del país y la expansión de sus fronteras. En cuanto a las reformas internas, las más importantes fueron: consolidar el poder autocrático del zar, organizar racionalmente el gobierno, movilizar el financiamiento interno, aumentar la recaudación impositiva, incorporar parcialmente a la Iglesia a la estructura administrativa del Estado, transformar la educación para los nobles y fundar escuelas e institutos de alto nivel intelectual. En una palabra; occidentalizar a Rusia. En cuanto a la expansión, Pedro se lanzó a una serie de campañas para asegurar las fronteras del sur con los tártaros y el Imperio otomano. Logró ocupar territorios en el mar Báltico, creó una gran armada, desarrolló el poder naval del imperio y reorganizó el ejército mediante el sistema europeo. En 1703, creó su gran capital: San Petersburgo. Su reinado acabó con su muerte en 1725. Pedro era un gran estadista que sabía lo que quería, y que tenía los recursos y las habilidades para llevar a cabo sus planes. Además, el gran zar contaba con la perspicacia para conducir un imperio siempre acosado por el sur, el este y el oeste.
     En 1762, llegó al trono Catalina II, quien gobernó hasta 1796. De hecho, esta princesa de origen prusiano, logró imponerse como emperatriz derrocando a su marido y continuó con el legado de Pedro. Durante su reinado, conquistó enormes territorios nuevos en el sur y en el oeste y fijó las bases para la expansión imperial del siglo XIX. En el ámbito interno, profundizó la occidentalización de Rusia  e hizo del país, una verdadera potencia de la época. En efecto, desde entonces, Rusia compitió y rivalizó con sus vecinos europeos en las esferas militares, políticas, y diplomáticas.
    Durante el temprano siglo XIX, Rusia desempeñó un papel cada vez más activo en los asuntos de Europa. De hecho, formó parte de la famosa Pentarquía Europea, lo que la obligó a participar en diferentes conflictos. Así, se vio involucrada en las guerras contra Napoleón y fue uno de los Estados líderes del Congreso de Viena. En esta etapa, también se produjo en el país, un gran desarrollo de la ciencia y la cultura; especialmente de la literatura, la música y las artes.
     Sin embargo, el imperio que Pedro I y Catalina II habían construido seguía enfrentando problemas fundamentales. Gobernada por una autocracia absolutista y atrasada, la sociedad rusa estaba dividida en dos; por un lado, una élite pequeña de europeizados ricos y privilegiados, y por otro, una enorme masa de campesinos sin tierras, que trabajaban en condiciones extremas. Con una economía agraria, en la que la industria ocupaba un espacio ínfimo, el país presentaba una serie de desajustes e inequidades que, paulatinamente, empezaron a minar su estructura.
     Durante la segunda mitad del siglo XIX y los comienzos del XX, la crisis se agudizó. La economía se desarrolló más lentamente, mientras que su población creció de manera sustancial. En ese clima, se gestó una intelligentsia que, identificada con el campesinado, buscaba cambiar el sistema. Así nacía el movimiento revolucionario, que, inspirado en las ideas de Carlos Marx, pretendía conducir a Rusia hacia el Socialismo. En 1914 - y debido al sistema de alianzas que se había construido en las décadas anteriores - el zar decidió entrar en la Primera Guerra Mundial. Era el principio del fin.
     El 2 de marzo de 1917 – según el calendario Juliano -  Nicolás II fue obligado a abdicar. Un año y cuatro meses después, fue asesinado junto a toda su familia y un pequeño grupo de servidores en la ciudad de Ekaterimburgo. El reinado de los Romanov se extinguió para siempre.

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